“Salí de la librería a la calle a buscar una cosa, levanté la cabeza y ví algo que no podía creer, así que saqué una foto”, dice Alfredo Suhring: habla de la vereda de Corrientes y Callao, donde está su lugar de trabajo, la librería Zivals. La foto que tomó muestra la larga fila de cuerpos de los que viven en la calle. Es de día, la mañana del viernes, plena la ola de calor, y los sin techo duermen como pueden, muchos con las cabezas vueltas hacia la pared como único gesto de resguardo posible frente al exterior. La foto se viralizó; Suhring la posteó en las redes junto con unos párrafos. “Este es el local en el que trabajo hace más de 20 años, nunca vi una cosa así, parecemos zombies, estamos ciegos. Es muy doloroso este cuadro y se repite casi en todas las cuadras de la Capital». «No me gusta esta libertad», remató. El explosivo aumento del número de personas en situación de calle en los últimos meses es inocultable. “Es muy claro, muy evidente”, confirma Horacio Avila, de la organización Proyecto 7, que trabaja en la problemática desde hace casi 20 años. “Anticipamos que esto iba a pasar en el comienzo del gobierno de Milei, cuando firmó el DNU que desreguló los alquileres. El aumento de todos los precios, el agravamiento de la pobreza y de la indigencia está teniendo estas consecuencias”, describió.
Avila cuenta que en su mayoría, los que quedan en la calle son personas que venían de trabajar en negro, en un momento en que el Gobierno propicia la eliminación de las más mínimas protecciones laborales. “Por ejemplo el que trabaja en un lavadero de autos en cuanto cae la demanda listo, le dicen que se terminó”, dijo. «También las changas, los rebusques por cuenta propia, están afectadas por la baja en el consumo», agregó.
Como ocurre desde siempre, la Ciudad de Buenos Aires suma a sus sin techo propios los que llegan desde la Provincia de Buenos Aires y el interior del país por una cuestión de supervivencia. Tienen la expectativa de que en la Capital pueden llegar a conseguir lo más básico, un trabajo, una ducha o un plato de comida.
Suhring dice que “siempre hubo gente que para en la vereda de la librería”. “Yo trato de asistirlos, pero esta vez la situación me sobrepasó”, relató.